No es este el momento de entrar en
detalles de la biografía del Santo de Ávila, ni en los muchos padecimientos que
sufrió a lo largo de su vida. Tampoco en su relación con Teresa de Jesús y la
reforma que ambos llevaron a cabo de la Orden del Carmelo.
Es este el momento de recogernos
dentro de nosotros, de silenciar nuestros oídos y sobre todo nuestros
pensamientos, porque “por grandes comunicaciones y presencias, y
altas y subidas noticias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello
esencialmente Dios, ni tiene que ver con él, porque todavía, a la verdad, le
está al alma escondido, y por eso siempre le conviene al alma sobre todas esas
grandezas tenerle por escondido y buscarle escondido”.
Cuando te ves aquí tan
insignificante, rodeado de tanta naturaleza que crece sin que tú tengas nada
que ver con ella, te das cuenta que en cada uno de nosotros, como en la
naturaleza “la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas,
sino en la desnudez de todas ellas y pobreza de espíritu” y no pretendas
entenderlo todo, porque “así como el dibujo no es perfecta pintura,
así la noticia de la fe no es perfecto conocimiento” y no te preocupes
si no encuentras a Dios, porque “el camino de buscar a Dios es ir obrando en
Dios el bien” y el bien, bien sabes hacerlo.
“Que ésta es la bajeza de esta
nuestra condición de vida, que, como nosotros estamos, pensamos que están los
otros, y como somos, juzgamos a los demás, saliendo el juicio y comenzando de
nosotros mismos y no de fuera. Y así, el ladrón piensa que los otros también
hurtan; y el lujurioso piensa que los otros lo son; y el malicioso, que los
otros son maliciosos, saliendo aquel juicio de su malicia; y el bueno piensa
bien de los demás, saliendo aquel juicio de la bondad que él tiene en sí
concebida; el que es descuidado y dormido, parécele que los otros lo son. Y de
aquí es que, cuando nosotros estamos descuidados y dormidos delante de Dios,
nos parezca que Dios es el que está dormido y descuidado de nosotros… Nunca
duerme el que guarda a Israel”.
Y si quieres ver a Dios, no olvides
que “el
mirar de Dios es amar y hacer mercedes” porque “el alma que ama a Dios no ha de
pretender ni esperar otro galardón de sus servicios sino la perfección de amar
a Dios”.
“El centro del alma es Dios”.